Por Sally Jabiel
Pocas megaciudades están asentadas en un desierto. Lima es una de ellas. A diferencia del resto de Perú, aquí el agua es un recurso naturalmente escaso que depende de los glaciares que el cambio climático ya ha derretido en un 51% en este país, según la Autoridad Nacional del Agua. Sin lluvia, pero sí mucha neblina, en esta capital sudamericana las comunidades que defienden las lomas han encontrado en esta espesa bruma una alternativa para la escasez hídrica que podría marcar un antes y un después en el compromiso peruano con la lucha climática en el mundo.
“Acá en las lomas no hay agua, pero son muy húmedas y hay bastante neblina. Hemos hecho un piloto donde la niebla se convierte en agua”, explica Noé Neira, presidente de la Asociación de Lomas Paraíso, la cual protege este ecosistema único y estacional que solo emerge en invierno cuando los cerros áridos de Lima reverdecen. “Antes de los atrapanieblas, cada uno de los vecinos juntábamos un balde de agua y subíamos los domingos a hacer faenas para regar las plantas”, comenta.
De acuerdo con el Mapa de Lomas Costeras de Lima Metropolitana, entre 2005 y 2017 se han perdido 450.73 de las 19 435.81 hectáreas de estos ecosistemas frágiles, debido al tráfico de terrenos y las invasiones. Y pese a que las comunidades aledañas intentan reforestar las lomas, carecen de agua suficiente. “Solamente tenemos agua a partir de las dos hasta las seis de la tarde. Eso nos obliga a almacenar en tanques, bidones y exponer nuestra salud”, sostiene Ana María Sotomayor, vecina y defensora de las Lomas de Primavera.
En efecto, alrededor de 700,000 personas de los distritos más pobres de la capital — muchos rodeados de lomas — no tienen acceso a la red de servicios de agua potable, según cálculos de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass). Al ser el tercer país más vulnerable a la crisis climática, además, el deshielo continuado de los glaciares en Perú ponen en riesgo la disponibilidad hídrica, sobre todo en la capital. “Las condiciones que tiene el país de concentración de su actividad económica y de su población en la franja árida del territorio hacen que la gestión hídrica sea sumamente importante de abordar en la agenda de adaptación en el país”, asegura Gabriel Quijandría, Ministro del Ambiente de ese país.
Estos factores explican la contundente respuesta de Perú ante la emergencia climática mediante sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés), en las cuales el agua es una de las prioridades para adaptarse al impacto del clima. Así, durante más de 20 meses, un grupo de trabajo con múltiples sectores y actores del gobierno peruano elaboró una hoja de ruta para implementar estas NDC y, mediante ello, cumplir con el compromiso del país ante el Acuerdo de París. En este proceso, el Programa de Apoyo a las NDCs del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo — financiado por Alemania, España y la Unión Europea — contribuyó con el diseño de la hoja de ruta para el sector agua de la NDC. El resultado es un total de 30 medidas específicas enmarcadas en tres usos del agua: poblacional, agrario y energético. Al ser transversales a varios sectores, ocho de estas medidas fueron definidas para una gestión multisectorial.
De la planificación a la acción
“El agua juega un papel importante. Si perdemos las lomas, entonces también perderíamos lo que es la condensación de la neblina y sufriríamos las consecuencias del cambio climático”, advierte Ascensio Vásquez, presidente de la Asociación Ecológica Lomas de Primavera.
La planificación de la hoja de ruta para el sector agua y sus resultados han sentado las bases para pilotos como el que se está gestando desde las comunidades que protegen las lomas. Con el apoyo del Programa de Apoyo a las NDC y la iniciativa “Conservación, gestión y rehabilitación de los ecosistemas frágiles de lomas”, o EBA Lomas, esta experiencia está demostrando en terreno el enfoque de la hoja de ruta de agua.
“Tenemos instalado un atrapaneblinas en la parte alta a 800 metros de distancia en las lomas”, detalla Vásquez. “Desde ahí vienen las redes y el agua llega a los reservorios que están en la parta alta y luego vamos bajando hasta llegar a las plantas que hemos sembrado en los viveros”. Cuando las condiciones son óptimas, un atrapanieblas puede capturar al día hasta 60 litros de agua por metro cuadrado. Este líquido, únicamente es apto para uso agrario, se distribuye gracias a un sistema de riego automatizado gota a gota hacia los viveros con árboles de tara (Caesalpinia Spinosa). Esta especie nativa, que prácticamente ha desaparecido de las lomas, suele usarse desde las culturas preincas con fines medicinales por sus propiedades astringentes.
Según estimaciones de la iniciativa EBA Lomas, estos viveros tienen la capacidad de producir 10,000 árboles de tara en cinco meses. Esta producción, además de servir para reforestar las lomas, puede ser comercializada por las mismas comunidades que protegen este cinturón verde que bordea la capital. Así, como afirma el ministro Quijandría, las lomas son parte de una estrategia de adaptación al cambio climático que “incorpora una mirada de gestión urbana y permite posibilidades de generación de bienestar y oportunidades de ingreso para la población local”.
Derecho a la niebla
Si bien 13.500 hectáreas de las lomas ya están protegidas en el Área de Conservación Regional por la Municipalidad de Lima, un aporte adicional de este piloto es el empoderamiento de las comunidades para su inclusión en la toma de decisiones para conservar este ecosistema. “Ya saben que no pueden tocar hoy en día las lomas, está prohibido y no pueden invadirlas. Me siento un poco liberada por eso”, cuenta Sotomayor quien, por defender estos espacios, junto a Vásquez, recibió amenazas de muerte de parte de mafias de traficantes de tierras.
Para enfrentar estos riesgos, también el piloto está trabajando con las municipalidades de los distritos donde se encuentran las lomas para un mejor conocimiento del valor de protegerlas. Esto se complementa con innovaciones tecnológicas como una plataforma de monitoreo satelital que alertará a las autoridades sobre los cambios irregulares en la superficie de las lomas que pudieran poner en peligro estos ecosistemas y, por ende, la disponibilidad de agua. Esta plataforma se vincula con una estación de monitoreo climático de EBA Lomas, única en su tipo que predice episodios de alta neblina.
“Los atrapanieblas son instrumentos muy ahorrativos, porque evitan el uso de agua potable para regar y también dan la facilidad de obtener agua desde las cumbres y almacenarla”, explica Neira. Por esta razón, este piloto está evaluando qué tan factible es la creación de derechos de aprovechamiento de uso de niebla, poniendo especial énfasis a que se trataría de derechos sobre un área y no un punto de captación. Este análisis ya ha sido compartido con la Autoridad Nacional del Agua, la cual considerará modificaciones a su proceso administrativo para incluir reglas para este aprovechamiento.
Agua del futuro
Llevar agua a casi nueve millones de habitantes es el reto de Lima, una capital en constante crecimiento que se encuentra entre las 20 ciudades con más alto riesgo de estrés hídrico del mundo. Aún cuando el cambio climático sea más severo, experiencias como esta abren oportunidades de adaptación ante un escenario donde la mitad de la población local podría quedarse sin agua. De esta manera, el trabajo emprendido por las comunidades de las lomas — que de por sí no cuentan con agua potable regular — es un ejemplo de cómo las soluciones a la crisis climática y otros desafíos de desarrollo están en la naturaleza. Solo hay que saber encontrarlas y replicarlas.
“El agua es la vida. Si no existe agua, no hay humanidad, no hay plantas, no hay nada. Sería todo un desierto”, reafirma Neira. Más que comunitaria, esta solución reviste un potencial de replicarse en otras zonas áridas y vulnerables, siendo así parte de la estrategia nacional por la lucha climática, por un futuro donde la naturaleza esté en el centro de nuestras decisiones.
Historia publicada originalmente en EFEverde.