Las mujeres rurales representan una cuarta parte de la población mundial y cumplen un papel estratégico en el manejo de recursos naturales y la provisión de alimentos. En Perú, 30% de las personas que se dedican a la actividad agropecuaria son mujeres y son poseedoras de conocimientos ancestrales ligados a la gestión del agua y el quehacer agropecuario que transmiten de generación en generación.
Sin embargo, ya desde antes de la pandemia, se encontraban en situación de vulnerabilidad. Por ejemplo, el último reporte del índice de Desigualdad de Género (IDG) que publicó el PNUD en 2019, ubicaba a Perú en el puesto 87 de 162 países. Este instrumento mide tres aspectos fundamentales para el desarrollo humano: salud reproductiva, empoderamiento y participación en el mercado.
Si bien el índice de Desarrollo Humano (IDH) ha mejorado en el país, aún persisten marcadas diferencias entre hombres y mujeres que se han visto agravadas por la pandemia de COVID-19. En el ámbito de la educación, 25% de mujeres rurales no sabe leer ni escribir, situación que limita sus posibilidades de ingresar al mercado laboral, afecta su autonomía económica y restringe su participación es espacios de toma de decisiones. En el caso de los hombres, la tasa de analfabetismo llega a 9%. Por otro lado, 46% de mujeres rurales no tiene ingresos propios, mientras que 12,7% de los hombres se encuentran en esta situación. Además, trabajan semanalmente 12 horas más que los hombres, incluyendo actividades remuneradas y no remuneradas.
Este panorama podría empeorar con la crisis sin precedentes que estamos viviendo si no se toman medidas para fortalecer la capacidad de resiliencia y adaptación de las más de 3.3 millones de mujeres rurales que viven en el país. Por eso, en este Día Internacional de las Mujeres Rurales, presentamos las historias de tres mujeres que demuestran que la igualdad de género en la gestión de recursos naturales es indispensable para construir un futuro resiliente post COVID-19. Sus historias inspiran a más mujeres a continuar impulsando un futuro resiliente.
Sembrar agua, cosechar igualdad
Hace 58 años el pueblo de Paccaritambo vio nacer a Pascuala Lempe, una mujer que con el tiempo se convirtió en un símbolo de lucha. El distrito de Paccaritambo es una zona agrícola, pero durante los últimos años la escasez de agua y la degradación del suelo hacían peligrar su principal sustento.
Las comunidades campesinas de Paccaretambo, Huanipampa y Ccaruspampa decidieron organizarse para recuperar su recurso más importante: el agua. La siembra y cosecha fue la práctica ancestral que escogieron para capturar agua de la lluvia y usarla en periodos secos. Hasta el momento han construido reservorios que permiten almacenar 31 mil m3 de agua, lo que equivale a 12 piscinas olímpicas aproximadamente.
En esta lucha por conservar los recursos hídricos, el distrito de Paccaritambo encontró un camino hacia la igualdad. Con el liderazgo de Pascuala, las mujeres han asumido tareas tradicionalmente asignadas a los hombres, como la construcción de reservorios, la implementación de sistemas de riego, la habilitación de cercos para proteger fuentes de agua y la creación de un área de reserva forestal.
“Hay que proteger nuestra agua, todos tenemos que hacerlo, no solamente unos cuantos”, resalta Pascuala mientras camina por el área que protegen en la microcuenca Apu Anccara. En las 280 hectáreas de esta zona han retirado los eucaliptos y han plantado algunos árboles nativos como queñuas, chachacomos y tayancas. También se han regenerado los pastizales, lo cual mantiene un ecosistema saludable evitando la erosión y mejorando la calidad del agua para las zonas más bajas.
Pero las familias de Paccaritambo tenían un reto aún mayor: conseguir el apoyo de sus autoridades. La Asociación Arariwa cumplió un rol clave facilitando este proceso y fortaleciendo el liderazgo de la comunidad que ahora impulsa políticas públicas para proteger los servicios ecosistémicos de la microcuenca.
Aunque aún falta mucho para asegurar la equidad de género en la gestión de los recursos, la energía de Pascuala inspira cada vez a más mujeres. “Nosotros usamos esa agua la mitad para el consumo y la otra mitad para trabajar hortalizas, maíz y papa. Por eso debemos protegerla para nuestros hijos, para que ellos también tengan agua en el futuro”, sostenía Pascuala antes de imaginar siquiera que una pandemia podría cambiarlo todo.
Recuperar andenes y derechos
Nelcy Gallegos nació en Ancocala, un pueblo rodeado de andenes deteriorados por el tiempo. En su comunidad, ubicada en la zona altoandina de Tacna, la gente sobrevive gracias a una agricultura cada vez más amenazada: además de pendientes elevadas que erosionan el suelo, la comunidad enfrenta lluvias intensas a destiempo, sequías, heladas, plagas y otras alteraciones producidas por el cambio climático.
Para superar estos problemas, en el 2011 decidieron organizarse y conformaron la Asociación de Productores Agropecuarios 10 de Agosto. Con su trabajo han logrado recuperar cerca de 60 mil m2 de andenería y han aprendido a optimizar el agua con canales de riego ancestrales que construyen gracias al apoyo de Yachachiqs.
Esta aventura que inició hace casi 10 años ayudó también a sembrar semillas de igualdad. Como señala Nelcy, antes las mujeres no podían participar de las tareas en el campo y se encargaban únicamente del hogar. “Ahora todo ha cambiado. Hemos demostrado que podemos manejar bien las herramientas para trabajar la tierra y administrar el agua”, resalta orgullosa.
Con el liderazgo de Nelcy, muchas mujeres de Ancocala han logrado incorporarse a dinámicas productivas antes exclusivas de los hombres. El 40% de la asociación está compuesto por mujeres que desempeñan roles variados. Además de participar en la construcción de andenes, se encargan de seleccionar las semillas de papa y otros cultivos para las futuras cosechas.
Pero a nivel nacional aún hay muchos retos pendientes. De acuerdo a la Autoridad Nacional del Agua, solo 10% de cargos directivos en las juntas de regantes son ocupados por mujeres. La historia de las mujeres de Ancocala es muestra de que el enfoque de género en las políticas de gestión del agua es necesario para generar cambios sostenibles. “Hombres y mujeres nos tratamos de igual a igual, nuestras ideas valen como las suyas”, asegura.
Redes para el buen vivir
Además del trabajo en el campo, las mujeres andinas son responsables de conseguir y administrar el agua en el hogar. Sin embargo, carecen de un sistema seguro y asequible de saneamiento básico y agua potable, sobre todo en los lugares más alejados. Por si fuera poco, tienen que lidiar con la contaminación de sus fuentes de agua y la pérdida de sus recursos naturales.
En Puno, la séptima región con IDH más bajo del país, se está gestando un cambio. Con el apoyo del Centro de Capacitación Campesina de Puno, 230 mujeres de 9 organizaciones de base, formaron una red de defensa del agua y la naturaleza que ha unido a 3 provincias.
María Choquepata es una de ellas. Desde los 18 años empezó a luchar por los derechos de los pueblos indígenas. “Indígenas, originarias, andinas, como nos llaman… Eso es lo que nos da fortaleza para seguir adelante y buscar esos espacios para llegar al poder”, señala.
Sus esfuerzos se vieron reflejados en las últimas elecciones regionales donde fue escogida como regidora de la provincia de Melgar. Desde ese espacio trabaja para velar por la conservación del agua y la biodiversidad.
Las mujeres de la red están siguiendo los pasos de María. Como parte de su iniciativa se han capacitado para monitorear la calidad del agua y hacer incidencia con las autoridades de sus respectivas jurisdicciones. Gracias a su determinación lograron impulsar ordenanzas municipales vinculadas con la conservación de la agrobiodiversidad. “Si no hay agua no hay calidad de vida”, afirma María mientras camina por las faldas del Apu Kunurana, un nevado que es testigo y motivo de su lucha.
Las iniciativas de Pascuala, Nelcy y María nacieron entre 2017 y 2018 y forman parte del Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (PPD) que implementa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el respaldo del Ministerio del Ambiente (MINAM) en los Andes del sur. Los logros y aprendizajes obtenidos tienen el potencial de extenderse hacia más comunidades para lograr un desarrollo sostenible para todas y todos.